Y lo consiguió. El devenir de la vida le llevó luego a dedicarse a la investigación en cáncer de mama, pero sin perder de vista a los pacientes. “En toda mi labor investigadora -explica- siempre he tenido presente la ayuda a los pacientes con cáncer; ésta ha sido mi finalidad básica y la razón de ser de mis proyectos”. Y es que Lluch rezuma empatía y cercanía hacia los pacientes; reconoce que tras treinta años de ejercicio profesional aún sigue llorando con ellos ante su dolor.
“No tengo un momento concreto especialmente amargo en el ejercicio de mi profesión sino muchos momentos verdaderamente amargos cuando tengo un diagnóstico donde la supervivencia de la paciente es escasa y al mismo tiempo conoces sus ilusiones, sus esperanzas, sus temores y tienes que gestionar cómo trasladar una información veraz al tiempo que sin cortar su ilusión de vivir y sus esperanzas en que así sea. Para implicarse realmente con las pacientes hay que escuchar sus angustias, sus miedos y sus esperanzas. Conocer sus vidas familiares y su entereza para afrontar y tratar de superar la difícil situación en que se encuentran de pronto. “Intentando ponerme en su lugar, aún sigo llorando con mis pacientes. Llevo más de treinta años ejerciendo la Medicina y no me acostumbro, ni quiero acostumbrarme a insensibilizarme ante su dolor, aunque ello me produzca amargura y tristeza, que comparto con ellas, al tiempo que procuro darles la mayor seguridad en sí mismas de que soy capaz. Y para ello no hay recetas concretas”, explica.
Pese a la tristeza que esta implicación conlleva, Lluch tiene claro que entre los recuerdos “más felices de mi vida, después del nacimiento de mis tres hijos, está el día en que entré por primera vez a la Facultad de Medicina. Lo viví como se vive un sueño largamente esperado, como algo inalcanzable, como la consecución de una meta esperada con una infinita ilusión. También un momento muy feliz fue cuando me concedieron la Medalla de Oro de la Universidad de Valencia”.
“No me acostumbro ni quiero dejar de ser sensible al dolor del paciente, aunque eso me genere tristeza”
Y es que, entusiasta en su actividad, cercana con los pacientes y comprometida con la sanidad pública, Lluch dice haber visto cumplidas sus expectativas profesionales: “Sin lugar a dudas, yo tenía claro que quería dedicarme a la medicina pública por entender que el derecho a una salud igual para todos y de la máxima calidad era algo absolutamente incuestionable para mí. En mis objetivos nunca estuvo el de ganar más dinero, sino sentirme afortunada en mi trabajo porque en la vida uno tiene que desarrollar lo que le gusta. Hay que levantarse para vivir con plenitud desde el principio del día, desde el momento en que te despiertas, y no esperar a finalizar la jornada laboral para empezar a vivir y disfrutar de la vida”.
A las nuevas generaciones de médicos les deja un consejo: que recuerden que “tan importante es su profesionalidad como la necesaria capacidad de comunicación y empatía con el paciente”.
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