A pesar de su incertidumbre -algo, por otra parte, muy matemático, según él mismo reconoce-, cuando llegó la hora de ejercer tuvo las cosas muy claras: quería “una aventura profesional en la que los criterios médicos fueran los más importantes a la hora de tomar las decisiones de organización asistencial. Por ese motivo, al principio rehusé trabajar en un ambulatorio, donde ver a muchos pacientes en muy poco tiempo”.
Con perseverancia y firmeza, asegura haber conseguido lo que quería: “Se han cumplido mis deseos de conseguir un servicio de Oftalmología en el que predominan los valores humanistas en el trato al paciente sobre otro criterio de gestión de los recursos sanitarios”.
“Es necesario volver a refrendar el valor del profesional sanitario como gestor y motor de la sanidad”
No fue fácil, pero la ilusión es poderosa. Recuerda así “los comienzos en el hospital, sin horario, sin medios, sin aparataje (operábamos con mi propia caja de instrumental quirúrgico), sin experiencia, pero con todo el idealismo juvenil y un compañerismo desbordante”. Ese idealismo y la fuerza de la colaboración se sigue viendo hoy, según cuenta: “Muchos buenos momentos para un cirujano los vivimos acompañados de nuestros compañeros y de nuestros enfermos, en quirófano. Planear una nueva cirugía o enfrentar una complicación con una opción terapéutica nueva, y comprobar que funciona, que el paciente puede volver a ver. Es una sensación fantástica, impagable”. Así, en un hospital, el último construido por el Insalud antes de las transferencias, con pocos medios, González del Valle y sus compañeros han conseguido un servicio pionero que ha cosechado “muchos premios nacionales e internacionales que han sido festejados por todos con gran compañerismo también, porque han significado que nuestro trabajo realizado en un pueblo de La Mancha era reconocido dentro y fuera de España”.
Piensa que la Medicina sigue teniendo mucho de arte y, si bien piensa “que luchar por hacer lo correcto siempre tiene sentido, que es mejor no rendirse, que siempre hay que tener un punto de rebeldía”, su peor momento profesional lo vivió cuando estuvo a punto de tirar la toalla “por la sinrazón de los gestores”, cuando durante la crisis económica “se echaba la culpa de las listas de espera y de todos los males a los profesionales”.
Por ello, opina que “es necesario volver a refrendar el valor del profesional sanitario como gestor y como motor de la sanidad, su papel fundamental como principal actor del sistema. Los médicos somos la solución y no el problema, pero no avanzamos lo suficiente en hechos palpables para que tal afirmación sea creíble”.
Quizá lo sea cuando lleguen las nuevas generaciones de profesionales que “terminan su especialidad con una de las mejores formaciones que se dan en el mundo y trabajan en la sanidad pública por poco dinero. Estamos de enhorabuena en España. Tendremos a los mejores médicos posibles, que han demostrado su idealismo ya antes de acabar su carrera”.
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